Siempre fuimos dos ancianos,
melancólicos pensantes en el pasado. Siempre nos encontrábamos serenos,
mirándonos a los ojos cuando la radio nos hacía sonreír. En aquellas tardes de
primavera en que nos
recostábamos a la sombra, con los cabellos mojados de río. Siempre fuimos dos
ancianos que nos sentábamos a contemplar la vida, a dejar de entender ninguna
generación. Que regaban las plantitas al atardecer, después de una tranquila
siesta.
Siempre
inmersos en la luz tenue de las siete de la tarde, cocinando lentamente algo
rico para cenar.
Siempre
vivimos cien años de soledad, entre un mate y otro.
Siempre
fuimos.
Nunca jamás
seremos.
Somos
cualquier otra cosa. Nada que se le parezca.
Quizás una brillante imaginación.
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